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CLAVES DE LA PEDAGOGÍA PIKLER

A lo largo de su vida, la pediatra húngara Emmi Pikler desarrolló una visión de la infancia que, de manera sucinta, destaca la importancia del movimiento libre y del apegoque se establece con el adulto a través de los cuidados diarios. Pikler, formada en Viena y a la que, posteriormente, le fue confiada la dirección de una casa cuna en la calle Lóczy de Budapest (hoy convertida en centro de formación, escuela infantil y espacio de juego), tendió las bases de una pedagogía que confía en el potencial innato de los más pequeños. Según expuso en su libro «Moverse en libertad», los niños nacen con las herramientas que les permiten, en el plano de la motricidad, desarrollarse sin la intervención directa del cuidador; es decir, ellos solos lograrán sentarse, gatear y, cuando estén listos y sin necesidad de asistencia, andar.

Los niños, según la mirada forjada por Pikler, son seres capaces y competentes. Están programados para aprender y, por tanto, no es necesario instruirlos, sino “observarlos y acompañarlos en sus procesos”, explica Alidé Tremoleda, educadora infantil formada en el Instituto Pikler-Lóczy. “De ese modo, el adulto conoce al niño y, en consecuencia, satisface mejor sus necesidades,” agrega la maestra.

La importancia de la actividad autónoma

Respetar los tiempos de los pequeños y no interferir en su aprendizaje motor comporta múltiples beneficios. “Desde muy bebés experimentan un sentimiento de competencia, conocen mejor su cuerpo y sus posibilidades. Este sentimiento les incita a seguir moviéndose y probar nuevas posturas y formas de desplazamiento”, comenta Tremoleda. La actividad autónoma se refleja asimismo en la calidad de los movimientos –suelen ser niños más ágiles– y en su capacidad de autorregulación. “Conocen sus limitaciones y esto les ayuda a vivir mejor las pequeñas frustraciones propias de esos procesos”, agrega.

Lo que no debe hacerse, por consiguiente, es forzar posiciones o movimientos para los cuales el bebé no está preparado. “Si le ponemos en una postura a la que no ha llegado por sí solo, estará sobreexigiendo una musculatura que todavía no está fortalecida y quedará preocupado, ocupado en mantenerse en esa posición”, advierte Tremoleda, y pone como ejemplo la siguiente escena: un bebé al que se le sienta rodeado de cojines porque aún no puede hacerlo por sí mismo. “Tarde o temprano se caerá y romperá a llorar, y su única alternativa será esperar el socorro del padre o el cuidador. El mensaje que recibe entonces es tú solo no puedes, necesitas al adulto”, arguye la educadora.

La relación con el adulto

Pikler pudo llegar a todas estas conclusiones gracias al trabajo de observación que realizó durante sus años a cargo de la casa cuna de la calle Lóczy. Allí comprobó que la mejor manera de velar por el bienestar de los niños era respetar sus procesos motrices y brindarles unos cuidados cotidianos de calidad. A su entender, estos constituyen momentos de intercambio durante los cuales el adulto puede crear un lazo afectivo con el pequeño. Gestos como el cambio de pañal adquieren, por lo tanto, gran valor, “porque permiten crear con el bebé, que con apenas semanas ya es activo, un vínculo de calidad que le dará la seguridad que necesita”, afirma Tremoleda. Además de mirarle a los ojos y hablarle suavemente, se recomienda seguir siempre una misma coreografía para que “pueda anticipar lo que va a suceder y participe activamente en el diálogo que se ha establecido con el adulto”. Se trata, entonces, de crear un momento de verdadera comunicación entre dos seres que, al fin y al cabo, se quieren.

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